sábado, 13 de febrero de 2010

El brujo que se convertia en gallo

Facundo Nazario, mas conocido como facunay, era un temido brujo de Huaral. Durante su existencia, la fama de brujo cumplidor, se expandió por toda la región y visitantes de lejanas ciudades, llegaban a él.

Un atardecer del mes de junio, un lujoso automóvil negro se detuvo frente al jacal del brujo y un rechoncho hombre blanco bajó de él. El brujo ya sabía que el personaje en mención venia recomendado por el dueño de la hacienda y lo esperaba en la sombra -bajo las ramas de una higuera-. Cayó la noche y la conversación llegó a su final. El sureño, en señal de conformidad apretándole las manos se despidió.

El domingo de la misma semana, Don Amílcar volvió; buscó al brujo por todos los rincones y no lo encontró, solo halló un mensaje escrito en una hoja de papel:

“el gallo esta en el corral”

Era el último día de fiesta del pueblo, y aquella tarde se definía el Campeonato Nacional de Gallos de Pelea a Navaja. Después de la verificación de navajas y al sonar de campanillas los gallos fueron puestos en la arena.
La expectativa que cundía entre los espectadores por ver esta pelea de repente se corto… ambos gallos eran medios raros, uno era robusto y de pelaje de colores vivos, que más parecía un matón de gallinero, mientras el otro… era un gallo viejo, de pocas plumas y de color indefinido -estaba entre el negro y el plomo- y un moñonsito de plumas era su cola…
Cuando cantó el gallo más joven… una vocecita desde la tribuna grito… ¡ese es mi máximo! Pero cuando escuchó el canto del rival, los espectadores lo vieron palidecer…
El moro apenas vio a su rival, se lanzó contra él, e impuso su fuerza y juventud;
El careador al ver que el cenizo -nombre que le pusieron los apostadores- perdía mucha sangre se lanzó al ruedo y lo llevo a su esquina.

Los espectadores pifiaban a rabiar –no era la manera de acabar una final- y a gritos pidieron a los jueces que los gallos tenían que pelear hasta que uno de ellos enterrara el pico…

El careador, que de reojo miraba a don Amílcar, recibió la señal que el gallo debía seguir peleando.

Nuevamente los gallos se encontraron en la arena, el moro quiso nuevamente sorprender a su adversario pero se contuvo, -esta vez su rival estaba en guardia y con odio lo miraba-.
la pelea estaba dispareja, el cenizo se desangraba y el moro ya cantaba victoria y para colmo de su vanidad, empezó a caminar en círculos y mirando a su adversario con desdén.

Así pasaron interminables minutos, que a los sufridos espectadores le parecieron horas.
Los jueces ya querían dar como ganador al gallo local, pero los apostadores venidos de otras ciudades se opusieron. Ordenaron entonces a los careadores que llevasen a los gallos, a sus respectivas esquinas.
En este receso don Amílcar se acerco simuladamente al careador y le susurro unas palabras al oído.
Después de dirimir, los jueces ordenaron que nuevamente los gallos entrasen en la arena; el careador dejó echadito al cenizo. -Tal fue la manera que lo acomodo que parecía que el gallo no tuviera herida alguna.

Al levantarse la madera que separaba a ambos rivales, el cenizo voló de tal manera que de un solo navajazo abrió a Máximo en dos.
El espectáculo fue de película e hizo que el coliseo reventara de emoción. Los foráneos que fueron los únicos que apostaron a favor de Don Amílcar corrieron a felicitarlo, -al fin conseguía el trofeo que tanto había anhelado-.

Mientras unos se alegraban, en las gradas, un viejo de ojos secos lloraba…
Dos días después que ocurrieron estos hechos, Don Amílcar se apareció por la casa de Facunay, y le encontró con el brazo izquierdo vendado, entonces corroboró lo que por ahí se rumoreaba, dejo lo pactado en la mesa y sin decir palabra alguna se marchó…

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