Un día de septiembre, cuando la vida en los huertos florecía, me sucedió esta historia que os contare… Al quedar huérfano de madre, quede bajo el amparo de mi abuelita, vivíamos en una casita humilde, lejos del pueblo.
Para llegar a ella, había que cruzar por varias huertas y por un puente de madera que atravesaba un riachuelo.
Entre las riberas de este rio pequeño, crecían árboles frondosos y mi abuelita siempre me decía, que en los matorrales se escondían los duendes.
Cruzando el puente, en un callejón vivíamos nosotros, y al fondo se encontraba un coliseo de gallos abandonado.
Aquel día de primavera coincidía con el cumpleaños de mi abuelita y la casa solo quedó para los mayores. Los niños nos fuimos al coliseo de gallos, a jugar a las escondidas, con tan mala suerte que perdí en las regidas y fui al que le tocó contar.
Esperé a que todos se escondieran y salí a buscarlos…, al primer sitio que me dirigí fue a la gallera, cuando en la oscuridad sentí que alguien me jalaba de la mano y me arrancaba la sortija de oro que me regalo mi mama, para mi cumpleaños.
Al intentar conocer quien era el bromista, vi a un enano con un gran sombrero negro, que rápidamente se alejaba y cuyos pies no tocaban el suelo.
Me asusté y a la carrera fui donde mi abuelita y le conté lo que me había ocurrido.
De inmediato saco una bacinica con orine y fuimos al lugar donde el duende había desaparecido.
Mi abuelita echo el orine en la tierra y me dijo:
“Mañana a primera hora, cavaras en este sitio y encontraras tu sortija”
Toda la noche no pude dormir y cuando empezó a clarear fui en busca de mi sortija pero “Oh… sorpresa solo encontré un hueso de pollo”
El duende se había burlado de mí
Desde aquel día, todas las noches, veía desde la ventana de mi cuarto al duende trepado en las ramas de un árbol de higo. Me miraba fijamente con esos ojos que solo los duendes tienen, y me mostraba mi sortija, tuve ganas de ir a su encuentro, pero sabía que si perseguía al duende, éste me llevaría a un lugar del que jamás regresaría…
Años después… fui a visitar mi antiguo hogar y la curiosidad hizo que me dirigiera a la gallera y cave en el lugar que tuve el encuentro con el duende, no encontré mi sortija sino una moneda de oro con la imagen del gnomo, desde ese día conservo la moneda y la mantengo oculta esperando que el duende algún día venga a reclamarla…