martes, 22 de diciembre de 2009

El Pishtaco o Degollador Andino


Los mitos, leyendas y cuentos forman parte del folklore narrativo de los pueblo. En las distintas regiones y pueblos del Perú se cuentan leyendas sobre demonios que habitan en la zona y asechan a los pobladores, uno de los más conocidos y temidos demonios es el PISHTACO.

Sentado en una silla de madera, al pie de un escritorio de pino oregón, con los cabellos plateados por los años, rememoro el Huaral de allá por el año 1900.
Huaral en esa época era un pueblo de aldeanos, con unas cuantas casitas dispersas. Las familias se reunían en las noches alrededor del fogón de la cocina y contaban historias; recuerdo que cuando tenía 10 años, llegó a casa, la hermana de mi abuela junto con toda su familia, venían de la serranía de Ancash. Esa noche, cuando la familia se encontraba alrededor de la cocina de leña, el tío abuelo contó esta tenebrosa historia:

“En las noches oscuras y frías de la serranía peruana, estaban ocurriendo misteriosas desapariciones. De los valientes o tercos que osaron andar por las trochas y bajar al pueblo, solo se les encontró la cabeza ¿el cuerpo, donde andaría?, todo hacía suponer que se trataba del temible Pishtaco.”

“El pishtaco es un ser sobrenatural maligno, que merodea por los caminos solitarios y oscuros, donde espera a sus víctimas para saltar sobre ellos. Ataca a sus víctimas por la espalda y corta sin piedad sus gargantas, al Pishtaco es imposible ahuyentarlo y mucho menos escapar de sus garras, nunca llegué a conocer a nai´die que haya sobrevivido a la aparición de un Pishtaco”

“Dicen que el Pishtaco es el alma de un español. Los españoles mataban muchos indios y por eso se fueron toditos al infierno. Así que de vez en cuando el Patudo manda uno de ellos pa’ que mate más paisanos. Los mata sin confesión y así se lleva su alma derechita pa’l infierno”.

Y prosiguió el tío abuelo contando su relato:

“Por esos días, por el camino boscoso y escarpado que conduce a la Quebrada, andaba en su caballo, un hombre blanco, de ojos claros y cabellos dorados como el sol, llevaba consigo dos grandes maletas de cuero. Un poblador que era su ayudante se jactaba de trabajar con él y se creía muy importante e intocable. Un día mientras bebía, de borracho contó las cosas que hacía con su patrón -decía- que se iban a lugares silenciosos y como su caballo estaba amaestrado para no hacer tanto ruido se escondían en una curva y esperaban a su víctima, cuando ésta aparecía le cortaban el cuello. Llevaban los cuerpos a una cueva, donde le quitaban la cabeza. Con unos ganchos de metal colgaban los cuerpos en unos trípodes de madera, y con llamas de velas encendidas los calentaban para provocar que la grasa chorree en gotas hacia un recipiente”

“Cuando se tenía gran cantidad de aceite, el gringo la comercializaba según la ocasión; algunas veces a los brujos para hacer hechizos o magia negra, a los frailes que elaboraban los ungüentos con que curaban en los hospitales, y a las empresas mineras que pagaban bastante bien por el aceite humano y que lo requerían constantemente para lubricar máquinas sofisticadas”.

Después de escuchar esta escalofriante confesión, la población decidió matar a este poblador. El gobernador y yo decidimos ir a la cueva descrita y encontramos las osamentas, los restos humanos, los instrumentos que utilizaban para sacrificar a las víctimas y hasta los dispositivos metálicos para colgar a los cuerpos en los trípodes de madera…

De puro miedo, nadie pudo conciliar el sueño esa noche, -la abuela de cuando en cuando introducía leños en el fogón- y en la cocina permanecimos despiertos hasta la llegada del nuevo amanecer…

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