La leyenda de la viuda negra que a través del tiempo se ha venido tejiendo entre los habitantes de este valle, cobra forma al brotar de los labios de cualquier sencillo narrador. Según el tiempo, se trata de mujeres insatisfechas, perversas y sin escrúpulos que por las noches se disfrazaban de negro. Estas mujeres salían -en noches muy oscuras-, por calles y caminos solitarios en busca del amante descarriado o del hombre que se ha burlado de su cariño.
Esta historia de la viuda negra, es muy distinta a como la pintan algunos, que la hacen aparecer como alma del otro mundo.
Aquí transcribo lo que mi abuelo, contó en un velorio:
“Como verán, en esta vida todos hemos tenido aventuras; las mías han sido muchas y divertidas. Para que lo voy a negar, yo he sido muy mujeriego y casualmente por eso es que me han pasado tantas vainas, pero algo le queda a uno de experiencia para cuando llega a viejo”.
-Cierta vez me había cogido la noche en el llano, pues venía de cierta parte donde tenía mi guardadito, no sé qué me dio mirar para atrás y vi que una luz me venía siguiendo, seguí caminando sin darle importancia, pero de momento comencé a inquietarme y volví de nuevo a mirar atrás; la maldita luz venía detrás de mi pisándome los talones, apure el paso para así poder alejarme de la luz que cada vez la veía más cerca, pero cuál sería mi susto cuando al coger una vuelta del camino vi que la luz estaba frente a mí. Le confieso que fue la primera vez en mi vida que sentí miedo; todo mi cuerpo se me escarapelo, la cabeza -se me puso grande, se me aflojaron las piernas y mi hombría cayó por los suelos.
Eso es lo único que recuerdo, hasta que me vi acostado en una hamaca, tenía el rostro y el cuerpo arañado y mi ropa estaba descosidas y desabrochadas. Unos peones de la hacienda Palpa que fueron los que me recogieron, dicen que estaba tendido en mitá' el camino sin conocimiento.
-como un preámbulo a su relato sacó un poco de coca de su bolsa, se metió medio puñado en la boca y empezó a chacchar-.
“En ese tiempo estaba emperrechinado y cuando a un hombre le da la calentura, se pone como un perro y no hay cuerda que le aguante, - y prosiguió su relato- para las otras ocasiones había cambiado ya de camino. Una noche que me venía caminando muy cerca de los rieles del tren y cuando me encontraba cerca al puente “Rojo”, escuche voces y risas que venían de la orilla del rio, entre el claroscuro de la ribera, pude distinguir dos bultos sentados sobre una peña que emergía de las aguas, puse la mano sobre la frente a modo de pantalla y escudriñé las sombras. A los pocos minutos de estar en esa posición mis ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad y pude distinguir a las figuras que antes me fueran imprecisas. Se trataba de unas mujeres, envueltas en trapos negros y las benditas bailaban y cantaban sobre el peñasco, pero apenas alcance a oír las últimas palabras de la canción, cuando una de ellas pronuncio mi nombre….
Al verme descubierto salí de los matorrales y lentamente empecé acercármeles
-no daban muestras de huir e inmóviles me miraban-.
Ante esta actitud retadora de aquellos espantajos, en vez de atemorizarme me salió el indio y cuál no sería mi sorpresa... pues la viuda negra había sido mi querida y que por infiel a su cariño y que la había abandonado, a la gran perra no le quedo más remedio que ir en busca de nuevas y continuas conquistas amorosas. Y su compañera, era la muchacha que le ayudaba todos los días en la fonda.
Dispare dos balazos al aire y una de ellas salió huyendo, mientras la otra en actitud desafiante seguía parada en la piedra dándose sonoras carcajadas que hacían estremecer hasta las mismas piedras del camino.
De pronto, camino hacia mí y se hinco a mis pies. Me pidió clemencia y prometió enmendarse.
Después de esa noche, tuve suficiente para no volver a salir más… no piensen que era por miedo, ¡no que va!, sino porque ella, junto a su compañera llegaban todas las noches a mi casa.
Esta historia de la viuda negra, es muy distinta a como la pintan algunos, que la hacen aparecer como alma del otro mundo.
Aquí transcribo lo que mi abuelo, contó en un velorio:
“Como verán, en esta vida todos hemos tenido aventuras; las mías han sido muchas y divertidas. Para que lo voy a negar, yo he sido muy mujeriego y casualmente por eso es que me han pasado tantas vainas, pero algo le queda a uno de experiencia para cuando llega a viejo”.
-Cierta vez me había cogido la noche en el llano, pues venía de cierta parte donde tenía mi guardadito, no sé qué me dio mirar para atrás y vi que una luz me venía siguiendo, seguí caminando sin darle importancia, pero de momento comencé a inquietarme y volví de nuevo a mirar atrás; la maldita luz venía detrás de mi pisándome los talones, apure el paso para así poder alejarme de la luz que cada vez la veía más cerca, pero cuál sería mi susto cuando al coger una vuelta del camino vi que la luz estaba frente a mí. Le confieso que fue la primera vez en mi vida que sentí miedo; todo mi cuerpo se me escarapelo, la cabeza -se me puso grande, se me aflojaron las piernas y mi hombría cayó por los suelos.
Eso es lo único que recuerdo, hasta que me vi acostado en una hamaca, tenía el rostro y el cuerpo arañado y mi ropa estaba descosidas y desabrochadas. Unos peones de la hacienda Palpa que fueron los que me recogieron, dicen que estaba tendido en mitá' el camino sin conocimiento.
-como un preámbulo a su relato sacó un poco de coca de su bolsa, se metió medio puñado en la boca y empezó a chacchar-.
“En ese tiempo estaba emperrechinado y cuando a un hombre le da la calentura, se pone como un perro y no hay cuerda que le aguante, - y prosiguió su relato- para las otras ocasiones había cambiado ya de camino. Una noche que me venía caminando muy cerca de los rieles del tren y cuando me encontraba cerca al puente “Rojo”, escuche voces y risas que venían de la orilla del rio, entre el claroscuro de la ribera, pude distinguir dos bultos sentados sobre una peña que emergía de las aguas, puse la mano sobre la frente a modo de pantalla y escudriñé las sombras. A los pocos minutos de estar en esa posición mis ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad y pude distinguir a las figuras que antes me fueran imprecisas. Se trataba de unas mujeres, envueltas en trapos negros y las benditas bailaban y cantaban sobre el peñasco, pero apenas alcance a oír las últimas palabras de la canción, cuando una de ellas pronuncio mi nombre….
Al verme descubierto salí de los matorrales y lentamente empecé acercármeles
-no daban muestras de huir e inmóviles me miraban-.
Ante esta actitud retadora de aquellos espantajos, en vez de atemorizarme me salió el indio y cuál no sería mi sorpresa... pues la viuda negra había sido mi querida y que por infiel a su cariño y que la había abandonado, a la gran perra no le quedo más remedio que ir en busca de nuevas y continuas conquistas amorosas. Y su compañera, era la muchacha que le ayudaba todos los días en la fonda.
Dispare dos balazos al aire y una de ellas salió huyendo, mientras la otra en actitud desafiante seguía parada en la piedra dándose sonoras carcajadas que hacían estremecer hasta las mismas piedras del camino.
De pronto, camino hacia mí y se hinco a mis pies. Me pidió clemencia y prometió enmendarse.
Después de esa noche, tuve suficiente para no volver a salir más… no piensen que era por miedo, ¡no que va!, sino porque ella, junto a su compañera llegaban todas las noches a mi casa.
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